lunes, 13 de febrero de 2012

Contagiando sonrisas: una forma de apreciar esta vida.

La vida te va llevando de un lado a otro, va dando tumbos como dicen los ancianos, y en ese ir y venir conoces a mucha gente. Es el caso de mi amigo Enrique de la Montaña, nos conocimos hace ya unos cuantos años, diez va a cumplir ahora, ya que fue a raíz del desastre del Prestige en las costas gallegas, toda una experiencia que no me gustaría volver a vivir por lo que supuso a la madre naturaleza. El estaba de voluntario en un centro de recuperación de aves afectadas por el vertido, Enrique es biologo, y yo hacia de fotógrafo captando los esfuerzos por salvar y limpiar a los animales. Ahí empezó una gran amistad, no nos vemos todo lo que quisiéramos pero seguimos siendo fiel a nuestra amistad. Tengo que decir que Enrique tiene cualidades hacia la fotografía y algún día hará algo grande en este campo.

Ayer recibí su ultimo email titulado "Contagiando sonrisas". Enrique se encuentra ahora en Sudamérica, y me ha parecido grande, como él, y que he querido mostrar su forma de ver la vida porque comparto todo al cien por cien con el. Algún día maduraremos y nos daremos cuenta de que no apreciamos la vida como tal, nos distraemos con nimiedades y encima no terminan de hacernos felices.

Enrique de la Montaña haciendo buenas migas con un Ocelote


Fueron 50 semanas, casi un año de deambular sin rumbo por las Américas. El privilegio de 350 amaneceres que aunque para muchos pueda parecer una inconsciencia, para mi fue cumplir un sueño. Un sueño que, como suele suceder, nunca es como imaginamos, pero que, como siempre, nos aguarda con sorpresas inesperadas.


Pero no os preocupéis que no os voy a contar historias, de hecho muchas quizá nunca las cuente a nadie. Escribo este mail para dedicárselo a todas las personas que han hecho que yo haya podido disfrutar de ese sueño. Algunos, amigos para toda la vida, otros, compañeros de andanzas pero la mayoría gente anónima que sin conocerme me han dado tanto, muchas veces lo único que tenían. Por eso quiero agradecerles que me prestaran su caballo, su moto, su canoa, su bici o su carro, me alojaran en casa y me alimentaran, me sacaran del lodo, me pasearan por la cárcel, me invitaran a thanks giving, a asados, a una boda, a pescar en el mar, a bailar, a muchas cervezas, a caipirinhas, a coca y a mate, a comer peces recién pescados, langosta, tortillas, arepas, cebiches y hasta una cabeza de vaca y por supuesto arroz, que me hicieran una fiesta sorpresa, proposiciones indecentes y un artículo en un periódico, que me dejaran dormir junto al billar, junto al fuego, en el suelo o incluso en la cama, que me hayan llevado a reservas lejanas, a minas, a cuevas, a templos y a ruinas desconocidas, que me hayan guiado, aconsejado, enseñado a ser invisible y a ver el mundo con el corazón.

Todos ellos, en todo momento me hicieron sentirme como en casa, cómodo y seguro. Pese a que algunos sitios son considerados peligrosos y los datos son irrefutables, no es tan fiera como lo pintan y no es justo que la ignorancia y los prejuicios salpiquen a todos. Sirva de ejemplo Medellín, hermosa ciudad, de gentes queridas, como dicen ellos, que muestra orgullosa sus ganas de borrar el pasado.



En estos 350 días y sus noches por remotas aldeas, caminos rurales, dudosos bares, oscuras callejas, inhóspitos parajes y grandes ciudades, no tuve ningún problema ni me llevé ningún susto, salvo una perturbada excepción que confirma la regla. Todo lo contrario, lo que me abrumaba era la amabilidad y hospitalidad de la gente, acompañadas de generosas sonrisas. Un derroche contagioso omnipresente en los campos y que se diluye conforme te adentras en las ciudades, donde se vive desconfiado, con mas miedo cuanto mas se tiene. Un miedo que también es contagioso, que causado por el egoísmo innato de nuestra especie se transmite a los pequeños que crecen sobreprotegidos, inútiles y caprichosos, en vez de felices sabiendo aprovechar lo que se tiene, como hacen los que tienen poco.

Y así seguirán las cosas mientras lo mas importante sea acaparar, mientras sigamos dando de comer a la bestia, al sistema que nos vende miedo. Pero está en nuestras manos que nos contagiemos en un sentido o en otro, en ser derrotistas u optimistas. Podemos pensar que estamos mal o que estamos mejor que la mayoría. Echar la culpa a otros o asumir nuestra responsabilidad. Quejarnos o actuar. Sonreír o llorar. Y no lo pongo por rimar sino porque en nuestra actitud esta nuestro caminar. Así que os mando unas generosas sonrisas con ánimo de contagiar, sonrisas que se cruzaron en mi camino, de unos que siempre han vivido en crisis.

Para el que quiera ver quienes han sido los máximos responsables de un año de lujo, aquí les dejo otras fotos, disculparán los que no estén, pero aunque parezca increíble no tengo fotos de todo el mundo ;)

Este año sigo por las Américas por motivos de trabajo esta vez, aquí estaré bien, como ya veis. Lo peligroso será la vuelta.

Que seáis felices y responsables. Y luchad!!

Kique, Enrique, Gorri
Enrique de la Montaña

2 comentarios:

  1. WOOU!!!! me emociono!! hermosa experiencia plamsada en un par de palabras! simplemente puedo decir INCREÍBLE!!! y MUCHAS GRACIAS POR COMPARTIR ESTO!!!

    ResponderEliminar
  2. Enrique ha sido mi profesor de Ecología en la uiversidad, y lo puedo confimar: es un ser excepcional!! :)

    ResponderEliminar